Cuando se escucha hablar a ciertos dirigentes cubanos, especialmente los que se ocupan de la economía, no es posible determinar si son conscientes de que dirigen la economía de un país o si para ellos esa economía es lo mismo que una bodega. Para dirigir la economía del país es imprescindible adoptar un pensamiento estratégico, de largo plazo, mirando el amplio panorama de las interrelaciones sectoriales que afectan el sistema que es la economía. Para administrar una bodega, sin demeritar a quienes realizan esa importante labor, es necesario gestionar el día a día, apalancado en una estricta y eficaz contabilidad. El administrador o gerente de una bodega no puede perder de vista que le falte el suministro de pollo o de otras carnes, o de leche o de arroz, y se detiene en el mínimo detalle del suministro de los bienes que ofrece y que le demandan. Quienes dirigen la economía de un país, si se pierden en el detalle pueden perder de vista el panorama que asegura el funcionamiento de ese país. Ambas son tareas loables e imprescindibles, pero a una escala diferente.

El ministro de Economía y Planificación de Cuba, Alejandro Gil, al intervenir en el programa televisivo cubano Mesa Redonda, explicó acerca de los «avances» que se realizan en la «estrategia para la recuperación de la economía» ante el impacto de los fenómenos adversos que han afectado la economía cubana, a saber, el recrudecimiento del bloqueo y la pandemia de la Covid.

De acuerdo en que ambos fenómenos han golpeado duramente a la economía cubana. Frente al primero, claramente condenable, nada puede hacerse porque no puede controlarse desde Cuba. El segundo ha frenado severamente el turismo, que es una de las principales fuentes de divisas para el país, al tiempo que ha generado una serie de gastos en medicamentos y en dotación para unidades de cuidados intensivos y otros implementos médicos necesarios para enfrentar la pandemia. Sin embargo, de lo que no habla el ministro es de la cantidad de años en los que no se han adoptado las reformas económicas imprescindibles para eliminar las barreras que en la actualidad siguen frenando el emprendimiento empresarial, así como la producción de bienes y servicios y a fin de cuentas el tan dilatado mejoramiento del nivel de satisfacción de necesidades por parte de la población.

El problema principal radica en el modelo de economía centralmente dirigida en el que se empeña la dirección del país y que ha demostrado su ineficacia en la historia económica del socialismo. En ese modelo, el gobierno utiliza la fuerza del Estado para centralizar las decisiones fundamentales de la economía: asigna recursos, establece precios, decide qué se produce, cómo se produce, cuánto se produce (y casi siempre no se cumple el cuánto y se encuentran miles de justificaciones, entre las cuáles incluso están que los trabajadores no se están esforzando lo suficiente y continúan con los inútiles llamados a aumentar la producción como si la cuestión tuviera que ver con el deseo). De ese modelo ha surgido la expresión tan repetida durante más de seis décadas según la cual el Estado «da x libras de tal o cual producto». Y lo peor es que el cambio semántico se introduce en el ADN de la ciudadanía y también los ciudadanos hablamos de que «este mes nos dieron tal o cual producto» o «no nos dieron tal cosa». Es importante resaltar que el gobierno «no da nada». Todo lo que se distribuye deriva de lo que se produce o se importa. El Estado aunque redistribuye, porque controla de forma monopólica todos los mecanismos de distribución, no es el que produce, producen los obreros y los campesinos y si realmente es un «Estado de todo el pueblo», como reza en la Constitución, es el pueblo y no el gobierno el propietario de todo lo que se produce.

Me llama la atención la sutileza de ciertos discursos de los dirigentes cubanos. Comienza la Mesa Redonda con un inventario de la marcha de la «estrategia» de recuperación económica, afirmando que los elementos fundamentales son: la política para la recuperación de la ganadería bovina (destruida desde hace décadas por erróneas políticas adoptadas desde el más alto gobierno), la reorganización de la actividad empresarial estatal en el sector agropecuario (esto es curioso cuando la mayor parte de una amplia gama de productos agrícolas lo aseguran los productores «no estatales»), así como la política de desarrollo territorial. De la implementación de la Tarea Ordenamiento (curioso nombre para referirse a una unificación monetaria y cambiaria que no será tal hasta que la moneda nacional ejerza plenamente sus funciones como dinero en todo el territorio nacional y no solo en una parte de éste de la que se excluyen actualmente las tiendas en Moneda Libremente Convertible) nada se dice. Tampoco se dice nada de las medidas para impulsar tanto las micro, pequeñas y medianas empresas privadas y cooperativas, lo cual es, sin duda, una de las más importantes para revitalizar tanto la producción industrial como agrícola y los servicios ante la parálisis del sector estatal.

Pero esta somera información, carente de detalles, era solo el «preludio» del tema medular, la justificación de la decisión respecto a las Tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC), cuya apertura y funcionamiento ha generado malestar en la población. Con ellas, se mantiene un segmento de ciertos bienes que se venden en una moneda que no ganan los trabajadores cubanos y para acceder a esos bienes no es suficiente el sacrificio y el esfuerzo que produce el trabajo en el país, y se crea nuevamente una línea divisoria entre quienes reciben moneda libremente convertible por la vía de las remesas o por contratos en el exterior, y quienes no tienen esas oportunidades.

Los argumentos a favor de la medida son principalmente dos: 1) la falta de divisas había sacado de las tiendas en CUC una serie de productos que estaban siendo importados por «personas naturales» para hacer sus negocios y por tanto la divisa estaba saliendo del país; y 2) con estas tiendas en MLC, el Estado capta las divisas y con ellas compra los artículos que luego vende a la población con un «pequeño margen» que se usa para adquirir bienes que luego se distribuyen a la población en moneda nacional. Como cifras para ilustrar este segundo aspecto, el ministro mencionó que para cubrir las necesidades de la canasta normada y el consumo social de arroz se requiere importar 400.000 toneladas que cuestan 212 millones de dólares, de leche en polvo «para ancianos y niños» se importan 47.000 toneladas que cuestan 159 millones de dólares, de pollo se requieren 106.000 toneladas que cuestan 143 millones de dólares y que el trigo con el que se hace el pan, requiere importar 750.000 toneladas que cuestan 232 millones de dólares. Todo ello suma 746 millones de dólares.

Sin embargo, no se responden unas preguntas que son cruciales: ¿por qué no se produce en Cuba suficiente arroz? ¿por qué se produce menos arroz en 2019 que en 1958?, ¿por qué no se produce suficiente leche, incluso menos que en 1958?, ¿por qué no se produce suficiente pollo? ¿por qué no se producen suficientes alimentos? ¿por qué los niveles de producción agrícola, en la actualidad, están por debajo de los niveles de producción de varias décadas atrás?

En 1958, con una población de 6.466.000 habitantes, Cuba producía 256 mil toneladas de arroz y era el tercer productor latinoamericano, después de Brasil y Colombia y por encima de México y Argentina. En 1990, se produjeron 473 mil toneladas y en 2019 la producción alcanzó solo a 247 mil toneladas. En el caso de la leche, en 1958 Cuba producía 785 mil toneladas de leche fresca, en 1990 esa producción había aumentado a 1,034 millones de toneladas, mientras que en 2019 la producción ha descendido a 512 mil toneladas. En el caso del pollo, que tanta importancia ha alcanzado en la alimentación de los cubanos, en 1958 se sacrificaron más de 18 millones de aves de corral y se aseguraba con producción nacional la casi totalidad de la demanda el país. De hecho, en ese año se importaron solo 0,2 toneladas de pollo. En 1990 la producción nacional de carne de ave fue de 133,8 mil toneladas, mientras que en 2019 fue solo de 35,4 mil toneladas. En 1958, Cuba tenía una cabaña de ganado bovino de alrededor de 6,0 millones de cabezas, en 1990 había descendido a 4,8 millones y en 2019 a 3,8 millones (1). Solo he considerado datos de tres tipos de productos mencionados por el ministro Gil. Si se hiciera un inventario de los diversos tipos de producción agropecuaria, incluyendo la producción azucarera, la conclusión es desoladora. Otro tanto pasaría con la producción industrial.

¿Por qué no discutimos cuáles son las causas de semejante desastre? Y partir de aquí, ¿qué hay que hacer, más allá de las sistemáticas exhortaciones, para recuperar la producción agropecuaria? ¿Es una respuesta adecuada decir que se está trabajando en ello? Aunque los ministros han cambiado a lo largo del tiempo, es el mismo partido gobernante. Y si en Cuba funcionara una democracia parlamentaria, en el que el parlamento no estuviera formado por obedientes diputados del partido de gobierno o por «compañeros de viaje», hace rato se habría producido un debate profundo, que podría incluir una petición de voto de censura. Y es que los gobiernos deben ser responsables de su gestión y deben responder de ella ante el pueblo que, incluso en la actual Constitución, es el depositario de toda la soberanía, aunque en la práctica no existan los mecanismos para ejercerla.

Por un momento detengámonos a pensar ¿por qué la economía no puede organizarse de otra manera? Por qué el Estado debe importar el pollo, el arroz, la leche y otra serie de productos que en países normales, cuando es necesario importar, lo hacen las empresas que se dedican al comercio minorista. Pero en Cuba el Estado se empeña en monopolizar esta actividad, entre otras tantas. Permitiendo que el comercio minorista sea desarrollado por empresas (da igual la forma de propiedad, pero asumiríamos que buena parte de ellas serían privadas o cooperativas) ésas empresas son responsables de importar lo necesario para abastecer el mercado que demanda sus productos y por su actividad, pagan impuestos que recauda el Estado para poder redistribuir recursos, teniendo en cuenta las prioridades sociales. Eso significa descentralizar toda la actividad a nivel microeconómico y estimulando el emprendimiento en lugar de restringirlo, imponiendo por demás precios topes que lo único que hacen es desestimular a los productores y oferentes de servicios. Con una tasa de cambio debidamente fundamentada que estimule la sustitución de importaciones con producción nacional y una apertura real a la inversión en diversas formas de propiedad, se podrían canalizar hacia la inversión gran parte de las remesas que actualmente se dirigen el consumo. El resultado sería beneficioso para el país, tanto para el Estado, como para los empresarios emprendedores, como para la población en general, y mientras se asegure una tasa de cambio que refleje las condiciones de la economía no sería necesario usar la segmentación de los mercados en moneda nacional y en monedas extranjeras, creando una suerte de «apartheid» en el consumo.

Desentendiéndose de todo lo que no puede hacer bien e incluso hace mal, el Estado puede concentrarse en el diseño de la estrategia de desarrollo, en trazar la política económica, en gestionar un presupuesto que recibe recursos de los contribuyentes para con ellos ejecutar el gasto público que priorice las demandas sociales y la creación de bienes públicos, además de desarrollar la infraestructura. Esa es la diferencia entre dirigir la economía de un país y administrarlo como si fuera una bodega.

Nada de esto tiene que ver con el neoliberalismo sino con el reconocimiento de que el modelo estatista centralizado ha demostrado claramente su ineficacia. Los casos de China y Vietnam son una clara muestra de que al adoptar las reformas económicas profundas se puede lograr un mejoramiento del bienestar económico de la población, aunque en ellos no se ha avanzado aun en reformas de alcance político conducentes a una mayor libertad y a una mayor democracia en sus respectivas sociedades. Ambas economías están a años luz de lo que eran en la década de los años 60’s e incluso en los 90’s. No es el caso de Cuba. Las reformas económicas de China y Vietnam pueden ofrecer lecciones para Cuba, pero Cuba no puede quedarse solamente con las reformas económicas.

En Cuba debe hacerse TODO lo necesario para salir del estancamiento, deben producirse transformaciones estructurales profundas en la economía, pero también en las instituciones políticas y sociales, porque las que existen, como están diseñadas y como funcionan, no están permitiendo el avance de la sociedad hacia la construcción de un país moderno y abierto, que reconozca la diversidad, que se enriquezca con ella y en la que el trabajo sea no solo el medio principal para asegurar el bienestar, sino también un valor en si mismo. Debe abandonarse el discurso vacío, lleno de consignas desgastadas por los tiempos y las penurias, y afrontar la realidad con verdadero espíritu revolucionario que si es tal, solo puede conducir a cambios radicales. Lo contrario de eso es el conservadurismo. La línea de esos cambios no debería ser otra que la de reconocer y defender las libertades de todos los ciudadanos y no solo de quienes coinciden con las posiciones de quienes dirigen el país. La línea de los cambios no debería ser otra que la de construir una sociedad democrática en la que el respeto a los derechos humanos permita la construcción de un país incluyente. Y digo que no debería ser otra porque es la forma de que toda la sociedad asuma la corresponsabilidad en el progreso de la Nación. No existe otra forma de construir el socialismo si no es profundizando las libertades y la democracia y permitiendo el desarrollo libre de las capacidades de los ciudadanos. El país ha cambiado y tenía que ser así después de 60 años o de lo contrario no habría ocurrido en él una Revolución.

 

Referencias:

(1) Para los datos de 1958, véase Álvarez, José (1963) Un estudio sobre Cuba. Grupo Cubano de Investigaciones Económicas, Universidad de Miami, Miami, Estados Unidos, y para los datos de producciones después de 1959, véanse ONEI (varios años) Anuario Estadístico de Cuba, La Habana, Cuba.

Imagen: Cartel de Raúl Martínez, pintor cubano (1927-1995)